En la actualidad ignoramos la
«finalidad biológica» que tiene la música, probablemente su función biológica
fundamental sea de cohesión social y su ventaja no sea individual sino del
colectivo. Aunque sólo algunos
individuos se convierten en expertos músicos todos tenemos experiencia de ella,
llegando incluso a convertirnos en ávidos oidores desde la infancia.
En cada cultura la vivencia que
produce la música es similar. Establece un sistema de comunicación dirigido
primariamente a la afectividad del oyente, pudiendo despertar respuestas
emotivas en un sujeto no especialmente educado para la audición musical, aunque
se podría decir que todos padecemos en cierto modo una «amusia cultural» para
la percepción de ciertas melodías que son muy apreciadas en una cultura pero
extrañas en otras.
Se define como amusia el defecto
neurológico que supone una alteración en la percepción auditiva, lectura,
escritura o ejecución musical y que no es debido a alteraciones sensitivas o
motoras. El término suele reservarse para aquellos defectos que aparecen aislados
y se deben a una lesión focal o al menos
inicialmente focal, siendo menos utilizado cuando el defecto se relaciona con una demencia o con una enfermedad
psiquiátrica. Se utiliza el término amusia congénita para describir a los
sujetos que son incapaces de reconocer las melodías o discriminar la diferencia
entre los tonos, sin presentar ningún otro defecto neurológico y habiendo
tenido una adecuada exposición al ambiente musical(3).
Si entendemos por «lenguaje» la
facultad humana de poder comunicar sus pensamientos o sentimientos, el término
amusia puede implicar déficits «lingüísticos», especialmente para los sujetos
que han recibido algún grado de escolarización en ese campo. Por otra parte la ejecución de una partitura
requiere una importante actividad de entrenamiento que facilite una
automatización del acto motor para que sea fluida y armónica ya sea utilizando
un instrumento o la propia voz.
Dado que para el procesamiento de
la información musical se requiere la participación de ambos lóbulos frontales
y temporales, pudiendo aparecer amusia por lesión de cualquiera de ellos de
forma uni- o bilateral, probablemente si se explorara tan sistemáticamente como
el lenguaje o la actividad motora, comprobaríamos que es un problema mucho más
frecuente de lo que pensamos.
Es importante entender a qué nos
referimos cuando utilizamos la palabra música. Si la definimos como «el arte de
combinar los sonidos en el tiempo», cualquier tipo de sonido producido por
cualquier objeto, utilizado de forma adecuada, puede ser interpretable como
música, y se caracteriza por la combinación de diferentes tonos (cuya variación
en una sucesión determinada produce la melodía), en una secuencia de tiempos de
duración variable (ritmo) y diferenciados en diferentes timbres (debidos a los
diferentes armónicos producidos por cada instrumento), pudiendo elaborarse a
diferentes velocidades.
Las amusias son algo más que
agnosia, aunque en general los pacientes con agnosia auditiva presentan también
algún grado de amusia, especialmente los pacientes con agnosia de contenido no
verbal, sin embargo existen pacientes con agnosia para la música que pueden
identificar otros sonidos no verbales o que pueden identificar la música pese a
la dificultad para comprender sonidos medioambientales. Todo ello sugiere que
existe un proceso más o menos específico y diferenciado tanto para la música
como para los sonidos medioambientales o los sonidos de contenido verbal.
Al igual que sucede con las
agnosias auditivas, es importante recordar que la representación de los
estímulos auditivos, es bicortical, con variabilidad entre los diferentes
sujetos y con un cierto grado de preferencia de representación contralateral,
por ello es frecuente que al igual que en otras modalidades de agnosia auditiva
aparezca tras lesiones bitemporales, pese a que hay casos descritos por lesión
unilateral. En este sentido es importante hacer notar que el hemisferio derecho
probablemente realice procesos más simples como la extracción del tono, pero
los procesos más complejos, como la organización melódica y rítmica, requieren
la actividad del hemisferio izquierdo.
La identificación de la melodía
de una pieza musical bien conocida se basa principalmente en el reconocimiento
de la correcta alternancia de los tonos con una distancia relativa entre ellos
lo que nos permite discriminar entre los más agudos y los más graves; esta
distancia debe conservarse aunque cambiemos el tono de partida, no es tan
importante que la nota inicial sea «do» o «fa» si las distancias relativas con
las notas siguientes es la misma, en ambos casos identificaremos la misma pieza
ya que conservará el mismo esquema melódico. Posteriormente necesitaremos identificar
la melodía en nuestro repertorio de melodías conocidas al igual que necesitamos
identificar lexicones con nuestro lenguaje verbal, lo que implica la existencia
de una representación abstracta y un sistema de almacenamiento de tonos que el
sujeto es capaz de reconocer.
Probablemente sonidos con
características comunes o frecuencia similar se agrupen como un único objeto auditivo. Un cambio en
la velocidad de emisión, en el timbre del instrumento o en el ritmo no produce
una distorsión significativa en el reconocimiento de la pieza, un error en la
secuencia de los tonos será reconocida como extraña a la pieza y si es lo
bastante importante podrá llegar a impedir su identificación.
Con respecto a la percepción del
propio componente básico de la melodía, el tono, aún no conocemos con exactitud
el mecanismo utilizado. Salvo los escasos sujetos que poseen la capacidad para
discriminar y por tanto nombrar correctamente un tono oído aislado que es lo que
se denomina «tono absoluto», no percibimos los tonos puros y aislados (que
serían independientes del contorno melódico), es su secuenciación más o menos
rápida lo que nos permite diferenciar distancias relativas entre un tono y el
siguiente, por tanto percibimos fundamentalmente unidades de agrupación de
tonos que de alguna manera se comportan de modo similar a una palabra compuesta
por la agrupación de diferentes sonidos (letras).
De este modo una partitura se
compone de «motivos», que se agrupan en «frases» acentuadas de una manera determinada,
lo que permite identificar el componente de temporalidad del mismo, y que son
perfectamente identificables cuando reaparecen en el curso de la pieza aunque
sean modificadas en el resto de los componentes «no básicos» (ritmo, timbre,
etc.).
También se elabora de forma
separada la percepción del proceso temporal de la melodía, aunque
posteriormente se integran ambas informaciones para la secuencia musical. Existe un caso publicado de un músico que
tras un infarto temporoparietal derecho sufrió una amusia con dificultad para
discriminar y reproducir nuevos ritmos, lo que sugeriría que el lóbulo temporal
derecho tiene una mayor actividad para esta función,
Es obvio que esta habilidad de
percepción de intervalos de tiempo es independiente del conocimiento técnico de
la música y que el entrenamiento puede facilitarnos su adquisición, permitiendo
así reproducir secuencias de intervalos dando lugar a la habilidad que en España
se denomina «cantar de oído». Es importante recordar que la ligera modificación
de estos intervalos de tiempo como alargar el final de una frase, ralentizar un
pasaje, etc., facilita el componente emotivo en la expresión de la música, por
esta razón se puede elaborar una interpretación musical muy emotiva sin
necesidad de ser un «conocedor escolarizado» de la misma.
De hecho, al menos en el entorno
cultural de los autores, los intérpretes de canción muy popular y con un
marcadísimo componente pasional (el ejemplo más típico es el de la música
flamenca) suelen contar que han aprendido a cantar oyendo a «sus mayores» y
nunca han estudiado música. Su capacidad de transmitir afectividad es incluso
más alta que en músicos escolarizados. Es posible que esto pueda estar
facilitado por su mayor utilización del hemisferio derecho a la hora de
elaborar su actividad musical con respecto a los músicos escolarizados para el
lenguaje musical, que utilizan componentes más analíticos en el proceso de
percepción de la música con participación del hemisferio izquierdo.
Los estudios realizados
comparando la percepción de la melodía entre músicos y no músicos demuestran
que los músicos tienen una mejor percepción de la melodía con el oído derecho
mientras los no músicos muestran una dominancia en la percepción por oído
izquierdo probablemente porque esta función se procese de modo diferente en
ambos. Si tenemos en cuenta que los músicos pueden discriminar la diferencia
existente entre dos tonos con precisión es probable que identifiquen las
secuencias melódicas utilizando su capacidad de distinguir intervalos
(actividad más característica de hemisferio izquierdo), mientras que los no
músicos perciben la melodía de forma más holística (lo que se ha definido como
el contorno de la melodía) motivo por el que se encuentra una diferencia entre
ambos grupos en la dominancia de los
hemisferios cerebrales a la hora de procesar la melodía.
La música para un sujeto
«escolarizado» en ella, tiene todas las características que definen un
lenguaje, por lo tanto lo más racional sería considerar que los músicos son
sujetos bilingües, presentando la peculiaridad de que utilizan un lenguaje de
escritura alfabética y otro en el que el componente visuoespacial es
primordial. La escritura musical no puede ser considerada ideográfica en
sentido estricto, por lo que las amusias de los músicos realmente tienen un
comportamiento similar a algunas afasias de los bilingües. En los profesionales
escolarizados en el lenguaje musical las lesiones afectan al hemisferio
izquierdo, en el caso de músicos (profesionales o no) que no pueden leer o
escribir música la lesión afecta al hemisferio derecho.
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Extracto del artículo "Música y cerebro" de la. Doctora María Sagrario Barquero Jiménez, Facultativa Especialista de Área de la Unidad de Patología Cognitiva del Servicio de Neurología. Hospital Clínico San Carlos. Madrid.